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miércoles, 10 de febrero de 2010

Africa, ¿entre la tradición y la modernidad?
Miguel Ángel Morales Solís
http://www.revistapueblos.org/spip.php?article1133

Martes 2 de septiembre de 2008, por Revista Pueblos

Las sociedades africanas se debaten entre la modernidad y el tradicionalismo. Esta temática representa la base de las más variadas discusiones, siendo, a su vez, una consecuencia de otro debate, el de el desarrollo a toda costa. En el siguiente artículo intentamos expresar el otro camino, el del medio, apelando a las peculiaridades de los propios pueblos africanos.

Ferrán Iniesta, uno de los más importantes africanistas de la actualidad, ha expresado lo siguiente: “Han habido cambios en las mentalidades, en los mecanismos institucionales, en los referentes míticos en casi todas la culturas negroafricanas, pero perviven los cimientos de una sólida cosmovisión tradicional.” Este hecho, que podría muy bien asociarse a cualquier cultura contemporánea, aunque probablemente con una base mucho más difuminada en la sociedad occidental, tiene una significación altamente singular en el caso africano. La temática que impregna casi cualquier debate occidental que gire en torno al continente subsahariano, tiene, por lo general, una carga muy amplia de etnocentrismo y paternalismo bienintencionado. La corriente desarrollista o modernizante, temática más extendida en nuestros tiempos y que pocos se han atrevido a discutir, desembarca en el continente africano con la pretensión de uniformizar las economías de todos los estados entorno al capitalismo y la democracia como medio de hacer avanzar dichos estados. El continente africano ha sido, ante la negativa explícita de los grandes estados asiáticos y de buena parte de los árabes, el centro de probaturas en el que BM y FMI, junto con las cabezas visibles de occidente, han abordado con mayor ímpetu el impulso de dichas teorías.

En cambio, los estados negroafricanos siguen manteniendo su “cosmovisión tradicional” aun a costa de saberse etiquetados como sociedades trasnochadas, incoherentes y forzosamente condenadas a desaparecer por parte del ámbito científico menos tradicionalista. El impacto de los sucesivos intentos occidentales por modernizar África es visible aun hoy en los estados postcoloniales. La diferencia entre izquierda y derecha durante muchos años, el racionalismo con su progreso e igualdad, incluso la globalización, han tenido su reflejo en ciertas políticas concretas que intentaron aplicar los cánones políticos del momento a los estados africanos. En cambio, por lo general, los dirigentes que habían mamado dichas ideas, occidentalizados en su mayoría, terminaron haciendo de dicho ideario un escudo, un velo tras el cual se escondían las mismas políticas que habían preponderado en África históricamente. Dichas políticas tienen que ver con la propia cosmovisión de las sociedades tradicionales africanas y están enraizadas en un largo proceso histórico que no puede ser anulado y olvidado de un plumazo.

Los constantes intentos por modernizar África han obviado habitualmente una historia que, en muchas ocasiones, está enfrentada con las ideas modernizantes. La jerarquización, el personalismo del poder, el holismo, las redes étnicas y religiosas o la propia creencia de los jóvenes universitarios de que cualquier pasado fue mejor, chocan frontalmente con el paradigma democrático y, por tanto, son difícilmente aunables. África ha creado sus propias formas de democracia. Es discutible si esas democracias de nuevo cuño, a ojos de un purista democrático, occidental por su puesto, tienen o no la validez que se pudiera esperar. En cambio, parece más apropiada la discusión de si esa democracia es o no funcional. El debate sobre la pureza parece más bien espurio y encaminado no solo a aniquilar las diferencias culturales, sino a fomentar una asepsia política, una pax mundial, que solo cabe en los manuales del idealismo menos consciente de la naturaleza humana. Por el contrario, el estado africano se ha convertido en el adalid de la corrupción, con claros ejemplos de tradicionalismo como podría ser el patrimonialismo o el reparto de poder entre los familiares y la etnia del gobernante. La literatura terminológica de la modernización ha sido adoptada prontamente por estos gobernantes que, como decía, la han usado para generar velos y maquillar sus discursos sin variar prácticamente en nada sus políticas locales. La sociedad africana sigue siendo esencialmente tradicional, sigue manteniendo sus religiones, sus jerarquías, sus instituciones o su mitología integradora, bases que realmente la vertebran. Las críticas internas a la modernización, el abandono por parte de las elites de dicho paradigma y el absoluto aferramiento a los modos de comercio, a la economía de subsistencia frente a al paradigma productivista, son buenos ejemplos de ello.

Ante esta resistencia a la modernización, parece lo más sensato si se quieren estudiar dichas sociedades, no se puede ejercer una mera presión “evangelizadora” con fines transformadores. El acercamiento a las sociedades africanas debe hacerse, por tanto, desde un prisma mucho más amplio, aceptando las características que le son propias y buscando un alejamiento de lo que podríamos llamar la “modernización pura”. Únicamente de esta manera se podrán entender los procesos internos que llevan a África a comportarse como lo hace al enfrentarse a cambios de tal magnitud. Pueden encontrarse síntomas de modernización en las sociedades africanas al igual que se encuentran, probablemente con mayor facilidad, rasgos tradicionales. Ambas vertientes del orden social, del entendimiento intersubjetivo, no son del todo contrarias. En cambio, parece claro que la visión más tradicionalista, la que hace referencia a la comunidad frente a la sociedad civil, posee en estos momentos más campo de estudio, el que proporciona la propia realidad. La práctica inexistencia del estado en la sociedad africana, su inoperancia, hace difícil poder hablar de sociedad civil, lo que, en definitiva, dificulta un tipo de estudio centrado en dicha imagen política. Al igual que la democracia, al igual que el comunismo en su momento, el término de sociedad civil está adquiriendo su propia significación en la arena africana. La capacidad africana para adaptar los términos a la realidad concuerda con su habilidad para, según Cheikh Anta Diop, “construirse un nicho especifico e irrepetible” en la esfera internacional. Parece, por tanto, que al igual que lo ha hecho a lo largo de la historia, África vivirá su revolución particular, una revolución diferenciadora llevada a cabo de una manera más sosegada, más africana.

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