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lunes, 17 de mayo de 2010

Artículo: Retos para África

África y los retos de la globalización

Los antagonismos étnicos, agravados por un desacertado proceso de colonización y descolonización, han convertido África en un continente de grandes desequilibrios cuyas consecuencias, entre otras, son la inmigración masiva hacia Occidente, los conflictos interétnicos o el hambre. La solución se presenta como una tarea compleja por la confluencia de diversos intereses internos y, sobre todo, externos. La debilidad interna ha provocado una falta de cohesión de los países africanos, lo que conlleva que, cuando se plantea el problema africano desde el exterior, se aborda desde diversos puntos de vista, según el discurso del momento, ninguno de los cuales responde a la realidad e interés africanos. El paternalismo occidental considera que la pobreza es un mal endémico de África que tiene su origen en la incapacidad de ésta para desarrollarse y sugiere la aplicación de recetas capitalistas. Por el contrario, para los africanos su pobreza se debe a la implantación del capitalismo en África y la solución no debe provenir exclusivamente del exterior, sino de una mayor implicación africana.

África y la globalización
Ante esta nueva configuración mundial (cambios en los escenarios políticos, económicos e incluso sociales) podemos preguntarnos ¿Qué cambios se producirán en los países africanos? ¿Se beneficiarán con este fenómeno o por el contrario es una victoria más del poder capitalista? ¿Qué condiciones se deben dar para que los países africanos se beneficien de esta nueva corriente? La respuesta a estas cuestiones está ligada a la evolución de la propia historia de África y sus relaciones con Occidente. La última cuestión se abordará en el siguiente punto.
La ocupación imperialista se inicia con el deseo de abastecer a Occidente de materias del sur y de colocar allí sus productos industriales. Este largo proceso que culmina (en su tercera fase) con el neoimperialismo, no ha permitido a las naciones africanas preocuparse por su evolución. Las condicionamientos externos han determinado el devenir de sus pueblos. La sociedad africana, agrietados sus cimientos sociales, se ha visto forzada a contemplar con impotencia los cambios que se le van imponiendo. A estos países se les dotó de una organización social y una estructura económica subordinada a los dictados de la metrópoli. Las recetas mágicas propuestas desde fuera afianzarán su subordinación y evitarán cambios no deseados desde el exterior. La división internacional del trabajo garantiza la extraversión de la economía africana, privando a su población del derecho natural de disfrutar de sus recursos.
Nada hace pensar que la evolución futura sea diferente mientras el capitalismo (como es de esperar) siga su avance imparable creando unos códigos de comportamiento que facilite su penetración en el sur.
Se puede sostener que las ventajas que brinda este mercado planetario se traducirán en beneficios económicos y sociales para las naciones africanas, siempre que éstas sean capaces de aprovechar la mayor circulación de capitales, tecnología e información, mercancías y servicios a través de una redefinición de objetivos adaptables a su realidad, mediante políticas aperturistas. Por el contrario, si se prioriza el proteccionismo frente a la liberalización racional de un mercado competitivo y la dictadura frente a la pluralidad, la brecha que separa este continente del mundo desarrollado será cada vez mayor y la globalización, una conquista más de los países ricos, seguirá siendo un mecanismo que garantiza el reparto desigual de los recursos en favor de los países industrializados.
No obstante, existen diversas contradicciones en esta formulación global que no permiten albergar esperanzas si no se producen cambios sustanciales en la sociedad capitalista. Con la conversión de las ex-colonias africanas en periferias se las condena también a participar desproporcionadamente en los avances del sistema, pues son economías diseñadas para ser canteras de exportación de ciertos productos cuyas condiciones comerciales quedan impuestas por el sistema. La desarticulación de estas economías garantiza unas relaciones de dependencia y dominación en beneficio de los países del centro. De ahí que el discurso que recomienda una mayor liberalización de la economía africana supone desviar el debate porque en la práctica esta economía no dispone de nuevos sectores que se pueden incorporar al sistema. África exporta todo lo que se le permite producir e importan casi todo lo que necesita. Esta actividad no se está traduciendo en una mejora de las condiciones sociales como se pregona.
Un hecho parece cierto y es que este proceso que ha instalado las comodidades del norte (en posesión de algunos elegidos) en las barriadas del sur, ha permitido a estos nuevos ricos reducir la brecha que les separa con respecto a los del norte. Unas cuantas horas de nuevo les situarán (a ellos y a los suyos) en las mejores clínicas y hoteles occidentales. Las diferencias ahora se discuten entre los pobres del Norte potencialmente beneficiarios de las ventajas del sistema y los del Sur, a quienes se les niega cualquier oportunidad. Esta globalización es un periodo en el que la definición Centro-Periferia tiene poco que ver con la delimitación geográfica y más con las ventajas que cada uno de nosotros se beneficia o no de los privilegios del sistema. El aumento de las desigualdades ha hecho que también en el Centro existan bolsas importantes de pobreza (el cuarto mundo) comparable con la miseria del Sur.
Los poderosos (fundamentalmente EEUU, Japón y UE) deben ir tomando posición en el mercado periférico, pues en sus mercados internos el reparto parece definido y estable.
No es de extrañar el nuevo rumbo que la UE pretende imprimir en sus relaciones con África. Dos hechos marcan este cambio de orientación. Por una parte, el concepto de mundialización de la economía ha permitido a varios países de África acceder a la riqueza de hidrocarburos. La necesidad de reducir el precio del petróleo incrementando su producción (aprobado durante el Congreso Mundial sobre el Petróleo celebrado en Pekín en 1997) permitió intensificar las explotaciones petrolíferas en países potencialmente productores. Como consecuencia del ello, el Golfo de Guinea, que genera más del 40 por ciento de la producción total africana (y que se prevé se duplique en los próximos cinco años) se convierte en una región del alto interés estratégico para las potencias comerciales. Con la nueva perspectiva, la internacionalización del comercio no sólo supondrá la adquisición de los inputs primarios en los países del Tercer Mundo sino que se consumirán en ellos el valor añadido de los mismos.
Por otra parte, el creciente interés norteamericano por modificar sus relaciones comerciales con África, razón fundamental del viaje de Bill Clinton, entonces presidente de los EEUU, por cinco estados del continente negro (22 de marzo/2 de abril de 1998), refuerzan la postura occidental. Este interés de EEUU queda patente en las declaraciones de Ronald Brown, secretario de Comercio de Estados Unidos, cuando asevera que la era de dominio económico y de la hegemonía comercial de Europa en África ha terminado. “África nos interesa”, señala después (Revista Misional Africana: Mundo Negro, nº 427, página 7). En este nuevo panorama, África interesa a las tres grandes potencias comerciales (sin perder de vista a China y los países emergentes de Asia) por sus materias primas y por su potencial de consumidores. Todos ellos competirán en este único mercado, inmenso y planetario.
Con ocasión de la Cumbre de El Cairo (4 de abril de 2000), la UE se propone una nueva orientación en su política de Cooperación con África que promueva un desarrollo real y, en consecuencia, incremente el poder adquisitivo de los más de 700 millones de consumidores del continente africano. El plan de acción adoptado durante esta cumbre recoge un principio de intenciones de apoyo a la modernización de la economía de África y reducir la pobreza a la mitad en quince años. Sin embargo, la comunidad europea eludió pronunciarse favorablemente respecto de los demás temas que más interesan a África como son: la apertura de sus fronteras comerciales para los productos africanos, la consolidación de las libertades y, sobre todo, la estrangulada deuda exterior. Ésta sigue siendo el arma de persuasión. Cualquier medida condonatoria será estudiada de manera unilateral (El Periódico, 5 de abril de 2001). También se garantizó a África una vinculación directa con el Banco Central Europeo. Para los optimistas, el que los países africanos queden vinculados a la zona euro (por sus relaciones ancestrales) les proporcionará más beneficio que esfuerzos. Las relaciones multilaterales favorecerán los flujos de capital y facilitarán las inversiones internacionales y la acción interempresarial entre los dos continentes. Este razonamiento parte de considerar que se trata de un mercado perfecto donde hay un equilibrio de oferentes y demandantes, por una parte, y una libertad de decisión a partir de una información y del poder económico que dispone la sociedad. Lamentablemente no es así. Incluso en las mismas sociedades desarrolladas los fallos de los mercados son, en parte, el origen de la lucha histórica que ha caracterizado la evolución de las naciones.
Para que esta globalización (con vocación de repartir los privilegios hasta ahora en manos de unos pocos) permita a África poner sus riquezas al servicio del mundo y beneficiarse de las ventajas foráneas se requiere un esfuerzo de sinceridad desde el interior. Del fracaso de las diferentes recetas exógenas, a pesar del coste que a supuesto a África, se pueden extraer conclusiones positivas. Una de ellas es que la solución y las herramientas están en casa. Es decir, juntar el hambre y las ganas de comer es una ecuación cuya respuesta no pasa por seguir recibiendo la clemencia de la deuda para continuar financiando de nuevo la usura y la corrupción, ni esperar y esperar a ciegas los antídotos externos cualquiera que sea la procedencia de las mismas y la presión que se ejerza desde ellas.

CONCLUSIONES
África se beneficiaría de este modelo de globalización si parte de un examen crítico de los fallos internos. En este ejercicio, sin duda, se apreciará que el factor adverso y esencial es la intolerancia y la exclusión. La construcción de una África próspera con capacidad de satisfacer las necesidades primordiales de su población requiere apoyarse sobre una base firme como es una democracia participativa. Impulsar el protagonismo africano en detrimento del rol tradicional supone desarrollarse desde la base y ser realista con las posibilidades existentes. Superada esta asignatura pendiente y a partir de la nueva Unión Africana o en el marco de otra institución supranacional con decisiones vinculantes, se tendrá que apostar por un modelo que en lo económico combine la sustitución de las importaciones y exportaciones. Este modelo (MSIE) deberá tener tres orientaciones claras: a) Producir en África una parte importante de las necesidades del mercado local; b) Producir y transformar desde dentro buena parte de la producción exportada. Un doble compromiso asumido por los capitales nacionales y sobre todo aplicado con rigor por los extranjeros que permitirá eliminar la desarticulación y la desintegración de la economía africana. En este sentido, la inversión extranjera deberá comprometerse a favor de una política de transferencia de tecnología; c) Apostar por los productos de componente tecnológico para ganar segmento en el mercado global.

El éxito del modelo dependerá, además, de la eficacia de una política proteccionista, que se irá aflojando en la medida en que se vayan consolidando cuotas de competitividad internacional. El discurso a favor de liberalizar las mercancías, defendido desde el desaparecido GATT, los servicios y las transacciones de capital (propugnado por la OMC), no ha sido la receta aplicada por ninguno de los países desarrollados o en transición. La liberalización absoluta sólo conduce a la ruina de los países insuficientemente equipados. El comercio internacional, elemento característico de la globalización, es positivo cuando se cumplen la ley de la oferta y la demanda. Esto no es así para los países del tercer mundo, particularmente para los africanos, que cada vez venden más barato y compran más caro. En estas condiciones, los capitales extranjeros no facilitarán la creación de un capital privado local y menos un mercado interior.

En lo social cada país deberá determinar y consecuentemente desarrollar unas instituciones capaces de conciliar una integración plural capaz de reflejar la heterogeneidad que conforma el amplio abanico étnico. La democracia consensual en la opción menos mala, porque evitará los excesos de las mayorías. Como he argumentado más arriba, una de las causas de los conflictos africanos no reside en la multiplicidad étnica sino en la exclusión social y en algunos casos el atropello que sufren dichas etnias debido a la aceptación de unos modelos socio-políticos estereotipados y desconexos con la realidad. La respuesta a este desaguisado es partir de unas estructuras que, lejos de ignorar la diversidad étnica, aboguen por su reconocimiento e integración plena en la gestión global de los designios del país.  La democracia (entendida como el marco a través del cual se crean oportunidades para todos, donde el individuo se realiza según sus capacidades y dispone libremente de sus frutos) es la piedra angular porque permitirá a la naciones africanas ser dueñas de sus recursos. Se trata de globalizar a partir de un modelo que desde los micro espacios sea capaz de responder a los requerimientos locales y no tanto desde los macro objetivos generales casi siempre genéricos pero en cualquier caso casi siempre lejanos a la población. Esta es la globalización interna que debe fomentar África si quiere mejorar sus relaciones con el mundo desarrollado.

Ensayo escrito por Muakuku Rondo Igambo, Pobreza, desarrollo y Globalización en el sur del sur (Ediciones Carena).

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